6 febrero 2015
Venezuela: guerra
económica y guerra mediática
Cuando el presidente Barack Obama anunció el cambio de política hacia
Cuba, no anunció, concomitantemente, el cambio de objetivos. Estos son los
mismos desde la lejana década de los sesentas: el derrocamiento del gobierno
revolucionario. O, dicho en lenguaje políticamente correcto, un cambio de
régimen.
El silogismo es claro: si la metodología empleada hasta ahora para
derrocar al gobierno cubano no ha tenido éxito, cambiemos de metodología. O
siguiendo las enseñanzas del primer Roosevelt, “hablad suavemente, pero empuñad
un gran garrote”.
Y se ve que, ahora mismo y en el caso de Venezuela, Obama sigue
puntualmente el consejo de aquel Roosevelt. No hay declaración de guerra, no
hay amenazas de intervención militar directa. Sólo palabras de preocupación por
la salud de la democracia y de los derechos humanos en Venezuela.
Pero esas suaves palabras se ven acompañadas por la intensificación de
la guerra económica, de la subversión política, del financiamiento descarado de
la oposición ligada orgánicamente a Estados Unidos. Y por los intentos hasta
ahora fallidos por lograr el aislamiento internacional de Venezuela.
Este aislamiento, desde luego, es muy difícil. Porque desde los tiempos
del presidente Chávez y gracias a la visión e impulso de éste, Venezuela supo
tejer una red de relaciones políticas y económicas que hacen muy
dificultoso el aislamiento de Caracas.
Los viejos tiempos de la absoluta hegemonía de la Organización de
Estados Americanos (OEA), siempre al servicio de los designios imperiales y
guerreristas de Estados Unidos, no existen más.
Hoy son varios los organismos y agrupaciones de países ajenos y
hasta opuestos al dominio y al injerencismo de Washington que auspician y dan
materialidad a la integración económica y política de las naciones al sur del
río Bravo: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la
Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), el Mercado Común Sudamericano
(Mercosur) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba).
Si los intentos de aislamiento no han funcionado, tampoco es fácil acudir
al expediente del golpe de Estado. Un intento en este sentido, suponiendo que
fuera exitoso en su primeros momentos, desataría de inmediato el repudio de
aquellas organizaciones y de los países a ellas afiliados. Y sin aval
latinoamericano y caribeño no hay ni las mínimas garantías de consolidación del
golpe.
Queda, desde luego, el recurso del magnicidio. Pero tanto en este caso
como en el del golpe militar, no existe el factor sorpresa. Maduro y la
dirección revolucionaria están avisados de ambos peligros. Y es de suponerse
que habrán tomado ya las medidas precautorias pertinentes. Y como lo ha probada
la muerte de Hugo Chávez, la ausencia del líder no garantiza el derrumbe del
gobierno revolucionario.
Ambas han sido ampliamente ensayadas durante décadas. Cuba sería el
mejor ejemplo de esos dos tipos de agresión imperial. Y si en la isla caribeña
no tuvieron éxito, hay que reconocer que sí lo alcanzaron en el caso chileno y,
un poco más tarde, en Nicaragua.
No hay, consecuentemente, lugar para el engaño. Las actuales
dificultades económicas que afronta ahora Venezuela y su magnificación
mediática son resultados netos de esa guerra económica y propagandística, y no
de fallas en el sistema económico, por más que éstas existan, como en cualquier
país.
Esos dos tipos de guerra de las que es testigo el planeta, tienen como
objetivo último producir el hartazgo ciudadano y lograr en las urnas el
anhelado derrocamiento del gobierno bolivariano. La apuesta tiene sentido. Ya
veremos si la pueden ganar, lo que tampoco es fácil. Pero, por lo pronto,
conviene no dejarse engañar sobre las razones y el origen de los actuales
problemas económicos de Venezuela.
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