LA FASE SUPERIOR Y ÚLTIMA DEL
CAPITALISMO (I)
Por: Fernando Arribas García.
Especial para TP
El
10 de mayo de 1873 comenzó en Viena una serie de eventos sin precedentes hasta
entonces. En esa fecha, tras varios días de incertidumbre, la bolsa se vio
obligada a suspender sus operaciones, como resultado de las pérdidas crecientes
que estaban acumulando las firmas financieras de toda Europa.
Este incidente, conocido en la
historia como el «pánico de 1873», puso punto final a un período relativamente
prolongado de expansión económica internacional, y dio inicio a la primera gran
depresión de escala global; poco más tarde, se «contagiaron» los mercados
bursátiles de Londres, París y otras grandes ciudades europeas, seguidos del de
New York. Para fin de año, la ola de pánico había envuelto el planeta.
Ya antes habían ocurrido numerosos
colapsos en las bolsas de valores de diversos países; pero el pánico de 1873
resulta notable por el alcance mundial de sus implicaciones y ramificaciones, y
por la profundidad de la depresión que se desarrolló a continuación, cuyos
efectos duraron hasta 1879. Nunca se había visto que una crisis bursátil local
repercutiera a escala global con tal intensidad y rapidez, disparando una
reacción en cadena que estremeció uno tras otro a todos los países
capitalistas.
Ese efecto dominó puso en evidencia
de manera dramática que había algo nuevo en la estructura de la economía
mundial: los capitales estaban ahora interconectados más allá de las fronteras
políticas y los límites económicos hasta entonces conocidos.
Surgimiento del capital
financiero
Todavía
a principios de la década de 1860, los bancos y mercados de valores eran un
elemento secundario del sistema capitalista, según escribió Engels en su
suplemento al tercer volumen de El Capital. Pero a lo largo de esa década, se
intensificaron la acumulación y la concentración de capitales como resultado de
las tendencias inherentes del sistema, y con el auspicio de la nueva
legislación en diversos países que fomentaba la aparición de compañías anónimas
y sociedades de responsabilidad limitada.
La creciente necesidad por parte de
los capitalistas industriales y comerciales de expandir sus operaciones y
ampliar su capital constante para mantenerse competitivos, los estaba obligando
a recurrir a fuentes externas de financiamiento, ya por la vía del crédito
bancario o por la de las operaciones bursátiles. Los destinos e intereses de
estos capitalistas se iban entrelazando así cada vez más estrechamente con los
de sus financistas, y como resultado, se iba elevando la participación de estos
últimos en el conjunto de la economía.
Así se fundieron los capitales
industriales y comerciales con los capitales bancarios y bursátiles, y nació el
capital financiero, primero en la minería, los ferrocarriles, las industrias
química y textilera, y más tarde en todas las ramas económicas. Los bancos, y en
general el sector financiero, que en fases anteriores del capitalismo eran
meros intermediarios auxiliares en el ciclo de circulación del dinero, pasaron
ahora a ser piezas centrales del sistema.
La nueva fase del capitalismo
El capital financiero es por su
naturaleza internacional, anónimo y difuso. Puesto que está fragmentado en
acciones que pueden ser compradas y vendidas repetidamente por cualquier
inversor en cualquier bolsa del mundo, ya no tiene un dueño ni un país de
residencia identificables.
Esto lo libera de las restricciones
del capital tradicional, condicionado por el alcance de cada capitalista
individual; tiene por lo tanto la capacidad de potenciar al máximo el
desarrollo de las fuerzas productivas y de impulsar al sistema hasta el límite
de sus posibilidades. Pero también, precisamente por lo mismo, implica la
intensificación e internacionalización de los riesgos económicos, y la
posibilidad de llevar al propio sistema al umbral de su crisis definitiva.
De esto último se dieron cuenta rápidamente
los marxistas. Ya en 1910, Rudolf Hilferding describía con rigor tanto el nuevo
papel dominante del capital financiero como su capacidad para llevar al
capitalismo a su último nivel. Antes de que concluyera la segunda década del
siglo, habían visto la luz varios otros estudios marxistas sobre el tema, el
más famoso de los cuales, el de Vladimir Lenin, está por cumplir su centenario.
Lenin, siguiendo a Hilferding y en
menor medida a Nikolai Bujarin, quien había escrito su propio libro al respecto
un año antes que el máximo líder bolchevique, identificó los rasgos económicos
fundamentales de la nueva estructura dominante en el mundo: creciente
concentración de capitales, surgimiento del capital financiero, auge de la
exportación de capitales, formación de las corporaciones transnacionales.
Y,
siguiendo también en esto a sus antecesores inmediatos, el libro de Lenin dio
nombre a ese nuevo conjunto de fenómenos económicos que estaban transformando
la dinámica general de todo el planeta: imperialismo, fase superior del capitalismo.
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